Por Fernando Castro Borges
Caminando por la parte baja de Chetumal, donde aún se pueden observar las casas tradicionales de madera, recuerdo la vez primera que tomé agua de curvato, ese sabor dulce que disfruté y me refrescó. Nunca había saboreado ese líquido simple, con esa característica tan peculiar.
Inmediatamente después de ingerirla, me preguntó Isaac, un joven que en ese momento fungía como anfitrión de la reunión a la que había sido invitado, si me había gustado el agua. Mi respuesta fue afirmar con la cabeza y estirar el brazo, en señal de que me llenaran nuevamente el vaso.
“El que viene y toma agua de curvato, siempre se queda en Chetumal"; fue su respuesta, acompañada con una sonrisa que me daba la bienvenida a esta región del Sureste.
Me explicó, posteriormente, que el agua que bebí había sido recolectada de la lluvia. De ahí su sabor dulce, ya que las gotas que caen del cielo son suaves por naturaleza, no tienen salinidad en su sabor. Los aguaceros son una de las grandes fuentes de agua dulce del mundo.
Este líquido celestial se acumula para el consumo doméstico en aljibes conocidos como curvatos, construidos con madera de cedro, preferentemente; tienen forma de barril o tonel y se estructura con duelas verticales, las cuales se unen con aros metálicos sobre una base circular; Una vez armado, se coloca sobre unos soportes de madera para que haya ventilación en la base y no se pudra.
A principio del siglo pasado, en la región de Payo Obispo -actualmente Chetumal-, era una época difícil para conseguir agua potable. No se contaba con un sistema pluvial para esta comunidad de la frontera sur.
Por eso, los pobladores se vieron en la necesidad de contar con un sistema de recolección de agua de lluvia, adoptando la utilización de barriles enormes, por influencia fronteriza con Honduras Británicas (actualmente Belice). Estos “toneles recolectores”, provenientes de Inglaterra, estaban construidos de madera de ciprés, por lo que eran bastantes caros. Al poco tiempo, los chetumaleños aprendieron a fabricarlos con madera de la región.
En la primera mitad del Siglo XX era necesario tener uno en su patio. Era parte de la estructura de las casas tradicionales de madera de Chetumal. En cada vivienda construida en ese período había que tener esta forma ingeniosa de recolección del vital líquido.
El “curvato” da la bienvenida a Chetumal. Este tonel es el receptor de un elixir mágico que te hace apreciar la belleza del lugar que adoptas como tu residencia; que te enseña a reconocer en su gente el ingenio y el trabajo para satisfacer sus necesidades.
Gracias a Isaac por invitarme, hace más de una década, ese primer vaso de agua de curvato, con el cual se selló una amistad permanente; otorgándome el honor de ser compadres.
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