Por Deborah Buiza
En estos días cercanos al “Día de muertos” he visto publicaciones que hablan sobre el origen de esta fecha que enmarcan lo que hoy día conocemos, sin embargo he visto otras, que señalan, incluso con un tono enérgico, que lo que ahora hacemos se ha alejado muchísimo de lo que nuestros antepasados hacían y que hoy, “nada” tiene que ver con esa “celebración”, que así no es porque así no era.
El año pasado la maestra de mi hijo mayor no hizo ninguna actividad relacionada al “Día de muertos”, a mi me extrañó muchísimo y le pregunté la razón, a lo que me respondió que en sus creencias no entraba porque era una especie de adoración a la muerte y que uno tendría que estar del lado de lo que fuera vida.
Sé que voy a decir una barbaridad y los puristas defensores de la tradición y del deber ser me van a odiar pero ¿qué tal que al final sólo se trate de generar momentos y espacios de convivencia que perduren como un buen recuerdo en la memoria y nutran los vínculos? ¿qué tal que se trata de disfrutar de la vida, de honrar y recordar a quienes se han ido? ¿qué tal que nos gusta, y nos divierte, la fiesta y el make-up y es un buen pretexto para hacerlo? ¿Sería tan grave que así fuera?
Yo creo que los ritos, tradiciones y celebraciones están vivos y van modificándose conforme va pasando el tiempo, porque así es el ser humano, cambiante; creo que esta distancia entre los orígenes y lo que va sucediendo no es para rasgarnos las vestiduras y andar juzgando a quienes les es significativa la fecha y hacen algo alrededor de ella, al final creo que es como el guiso que hacia la tatarabuela y cuya receta y preparación se fue transformando y enriqueciendo al paso de las generaciones.
Todo se ha ido transformando ¿por qué esperaríamos que esta fecha no lo hiciera?
Aquí y ahora las cosas están siendo así, se visitan los panteones, ponemos altares con flores y colores para recordar a quienes amamos y ya no están, nos gusta comer (y comer mucho) “pan de muerto” y hay a quienes les gusta caracterizarse de “Catrina”, entre otras actividades que se van creando y sumando en torno a esta fecha que pudieran quedarse e incluirse para siempre o no.
En nuestro día a día seguramente hacemos cosas que si nos vieran sabrían que siguen aquí, pero darnos un espacio al año para poner el altar a nuestros difuntos, reunirnos a tomar chocolate caliente y comer “pan de muerto” o escribir unas líneas en su memoria me parece que podría ser una pausa interesante para la reflexión de un montón de temas, más allá de su importancia histórica.
Ellos y ellas, están en nuestra memoria, en nuestros recuerdos, en nuestras células, son parte de nuestra historia y de quienes somos, creo que podemos darnos tiempo y oportunidad para honrarles y decirles “nos acordamos de ti, no te olvidamos, sigues aquí”, y por supuesto que esto no es obligatorio para nadie y cada quien puede hacerlo como mejor pueda.
Yo puse mi Ofrenda y sé que tal vez ellos no vengan. Tal vez mi papá no vendrá y no verá que le puse los plátanos dominicos que tanto le gustaban pero para mí es “decirle” que en esta temporada de pandemia he resignificado muchas cosas de nuestra relación y que he hecho cosas que le hubieran dado mucho orgullo; tal vez la “Aby” de mis hijos no venga, pero para ellos, que la extrañan tanto, es el pensar que por un momento ella está con ellos otra vez y que no la perdieron para siempre, y eso alivia su pequeño corazón.
Que el incienso, copal y el cempasúchil perfume tu corazón y alma, que el pan de muerto alegre tu corazón y tu panza.
Y tú, ¿cómo honras y recuerdas a tus seres queridos que se han ido?
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