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La agonía del Mar Menor: así hemos llegado a su colapso ecológico



Uno de los mayores desastres ecológicos de nuestro país se ensaña desde hace más una década con la laguna de agua salada más grande de Europa y uno de los ecosistemas más singulares de nuestra geografía, el Mar Menor. Ubicado en la costa de la Región de Murcia, este tesoro natural sufre un grave proceso de degradación a causa de la presión de la actividad urbanística y agraria.


Lejos de solucionarse, esta crisis ecológica y social ha puesto sobre la mesa el fracaso de su sistema de protección. Sirve como ejemplo la refriega política entre el Gobierno regional y el Gobierno de España de agosto de 2021 en el que unos y otros se culpaban del lamentable estado ecológico de la laguna. Finalmente, el pasado jueves 4 de noviembre de 2021, la ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, anunció que se llevarán a cabo 35 medidas para recuperar el Mar Menor con una inversión de 382 millones de euros hasta 2026 en la que es, según ha asegurado Ribera, la mayor inversión para regenerar un enclave natural en España.


En el año 2016, el 85 por ciento de la vegetación marina que habitaba la laguna desapareció, según el Instituto Español de Oceanografía, y los problemas de eutrofización – es decir, un exceso de nutrientes más allá de la capacidad de autorregulación de un ecosistema– ha llevado a la acumulación de más de 300.000 toneladas de nitratos en el acuífero del campo de Cartagena. Con estas cifras presentó Rocío García Martínez la plataforma cuyo objetivo es convertir el Mar Menor en el primer espacio natural del continente con personalidad jurídica.


Después de seis años desde entonces, este marzo de 2022 la laguna ha sufrido otro fuerte proceso de eutrofización debido a los efectos de las lluvias torrenciales tras la calima que ha provocado la llegada del polvo del Sáhara. Los expertos prevén que la laguna se sumirá de nuevo en una sopa verde a medidos de abril, según cálculos del Comité de Seguimiento del Mar Menor.


Durante las semanas previas a la llegada del polvo africano los expertos ya habían detectado un aumento de la temperatura, mayor turbidez y una disminución del oxígeno en algunos puntos de la mayor laguna salada de Europa. Emilio María Dolores, portavoz del comité de seguimiento del estado de la albufera, comunicaba que la rambla del Albujón “sigue vertiendo entre 150 y 200 litros de agua por segundo con una carga de nitratos elevada al Mar Menor y eso hace que, cuando suba la temperatura, los procesos metabólicos se activen y el ecosistema entre en una situación peligrosa”.

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