Por: Fernando Silva
Toda sociedad acarrea intrínsecamente derivaciones reflexivas sobre la esencia, las causas y los efectos de las cosas naturales y sorprendentes que vivimos día a día, al grado que en ciertos sectores sociales se valoran como algo normal y obvio, pero ¿se advierte sobre qué forma parte del conjunto sistemático de razonamientos expuestos por un sinnúmero de filósofos, astrónomos, físicos, biólogos, químicos, científicos y creadores de las bellas artes? A partir de la hesitación, podemos observar —por diversos medios— como se difunde el pensamiento de que buena parte de la humanidad no se da la oportunidad de pensar sobre las argumentaciones lógicas y metódicas de conceptos abstractos como nuestra existencia, la conformidad entre lo que una persona exterioriza y lo que ha experimentado, piensa o siente, así como no considerar el conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano de una sociedad basado en la ciencia, su cultura, sus condiciones económicas y políticas, sus raíces y las consecuencias en la toma de decisiones, o de ¿cómo llegamos a ser homo sapiens sapiens? y advertir la conjunción de todo aquello que existente en el universo ¿De dónde venimos? ¿quiénes somos? ¿hacia donde vamos? En consecuencia, es axiomático que toda reflexión filosófica forma parte de nuestra coexistencia y es parte fundamental de nuestro desarrollo personal y social, lo que hace referencia a la forma de percibir la vida y de todo lo que nos rodea.
Por lo tanto, el enseñar y el aprender siempre será una espléndida experiencia, además de ser manifiesta garantía de una generosa y digna prosperidad, por lo que continuamente estaremos en búsqueda de estrategias para estimular habilidades de pensamiento reflexivo, crítico y creativo para deliberar y tomar las medidas necesarias que le den sentido a nuestra existencia, y con ello, desplegar mejores condiciones de convivencia en pro de uno mismo y en bien común. De ahí que la filosofía nos permita no dar todo por cierto, brindándonos la oportunidad de transformar lo que pensamos y, con ello, abrir la coyuntura de poder pensar y vivir de otra manera. Lo maravillo es que los filósofos buscan encontrar realizaciones que se conecten con nuestras prácticas, de manera que se incentive la libertad de pensamiento. En consecuencia, la mayoría pasamos la transición de la infancia, la adolescencia y la juventud hacia la edad adulta, con un sentido propio y crucial fundado en los valores morales aprendidos desde los hogares y la formación académica que cada quien haya logrado, en ese sentido, la vida adulta viene determinada no tanto por lo cronológico, sino por los acontecimientos sociales y los retos a los que nos enfrentamos, desafíos que implican alto grado de independencia y responsabilidad, así como de la capacidad de discernir éticamente lo que cada quien consideramos justo o injusto, viable o inasequible.
En ese sentido, el desarrollo y clasificación generacional permite a los antropólogos e investigadores sociológicos identificar y establecer características individuales y colectivas de la sociedad y sobre cómo incide o se relaciona ésta con el pasado, el presente y el futuro. Por ejemplo, los «millennials» aquellas personas que nacieron a principios de la década de los ochenta y mediados de los noventa, y que cuando se inauguró el nuevo milenio rondaban los 20 años de edad. Hoy en día estos jóvenes y adultos —que oscilan entre los 21 y 35 años— se les considera la primera generación que nació y ha crecido en la era digital, es decir, que no conocieron el mundo sin Internet, además de que se les señaló como apáticos a la política, de ser egoístas, impacientes, inmaduros, de tener la autoestima inflada y con gran necesidad de sobresalir. También, se destaca que tienen más escolaridad que sus padres y que entre ellos la proporción de quienes tienen estudios en el extranjero es mayor que la de todas las generaciones precedentes ¿Se identifican generación de los «Baby boomers»?
Por otra parte, en diversos estratos sociales es recurrente observar —sin mayores explicaciones— como buena parte de cada generación manifiesta anodino desdén por la que le continúa, lo que nos permite reconocer que es inadecuado e irresponsable la premisa de que los ahora llamados «centennials» —posteriores a los «millennials»— no muestran mayor interés por el conjunto de saberes que constituyen —de manera racional— los principios que organizan y orientan los conocimientos de lo que entendemos por «realidad» así como del sentido del proceder humano y su conciencia. Tener en cuenta que ellos componen el grupo generacional que ocupa o asumen el relevo como la población más versada en temas digitales, a partir de que se les ha integrado a la tecnología «inteligente» desde las fases más tempranas de su aprendizaje y socialización, lo que supone tremenda transformación con respecto a todos sus predecesores. No perder de vista que en el 2020 ambas generaciones representaron el 59 por ciento de la población del planeta.
De ahí la importancia de fomentar —con el ejemplo— valores de respeto y de conciencia amparados por una reflexión profunda de la que somos capaces de concebir, para cambiar el rumbo destructivo y de violencia que se manifiesta de múltiples maneras en un sinnúmero de hogares y naciones, así como en espacios laborales, sociales, contra la naturaleza y sus ecosistemas. No es razonable continuar en tan grave indiferencia, teniendo todos los elementos de conocimiento y entendimiento enfáticos. Tenemos la teoría de las inteligencias múltiples, en donde una persona puede ser una decepción total en cuestiones científicas, pero puede ser un eximio poeta. Además, gracias a las patologías y sus singulares adaptaciones surgen más preguntas sobre lo que damos por sentado respecto a la inteligencia. Muchas personas en estas circunstancias no se consideran con una capacidad intelectual o con un alto coeficiente de agudeza mental, pero en buen número, son excelentes en geometría, en cálculo, en otras destrezas matemáticas y/o en las bellas artes.
No hay mucho que explicar. Dejando de lado lo que muchos llaman la «inteligencia emocional» toda cuestión sobre la conciencia de nuestra naturaleza, el medio ambiente, la inteligencia del resto de las especies y de todo lo que representa la biodiversidad, resulta imposible afirmar que el ser humano es la especie más inteligente que existe, al menos en la Tierra, pero sí podemos hacer lo que sea necesario para ser dignas personas con alta calidad humana.
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