Por Déborah Buiza G. @DeborahBuiza
En el acelere cotidiano, de la rutina, las responsabilidades, las obligaciones, la alta autoexigencia, la obsesión por el control y el perfeccionismo ¿cuántas veces nos damos la oportunidad de ponerle pausa a nuestro día y entregarnos al goce de un momento que puede volverse especial? Objetivamente, sabemos que el reloj no detiene su marcha. Si algo hay cierto es la continuidad del tiempo, nunca se detiene. Sin embargo, hay circunstancias y momentos en los que podemos sentir como si el tiempo no existiera; algo mágico parece haber en ello e incluso nos da una energía especial que nos permite continuar sonriendo, soñando, viviendo plenamente. Sentarse en un sillón mullido, al lado de una ventana abierta por la cual entran los cálidos rayos del sol que está por ocultarse; sentir en el rostro el fresco aire del verano mientras observas el vaivén de las ramas de los árboles del parque vecino… Comer tu helado favorito, lenta y golosamente, disfrutando cómo la cremosa textura se derrite suavemente en tu boca, provocando sensaciones placenteras y evocando recuerdos de la infancia… Escuchar una pieza musical en cualquier lugar; disfrutarla con los ojos cerrados y sentir cómo hace vibrar tus entrañas, te eriza la piel y conmueve tu corazón hasta las lágrimas; te transporta a otro espacio en el tiempo y en tu historia… Correr varios kilómetros, cruzar la meta exhausto, sudado, sentir el nudo en la garganta, un borbotón de palabras que quisieran salir en ese momento con cada latido de tu acelerado corazón; de alegría, de agradecimiento; sentir las piernas adoloridas, que no dan más, pero el espíritu desbordante de orgullo, de satisfacción… Sentir el tibio calor de un abrazo profundo; el contacto cercano que permite escuchar el latir de otro corazón y su respiración; perderse en la paz de unos brazos amorosos, en la dulzura de un beso tierno dejado en el cabello o en el dorso de la mano... o quizá robado intensamente, en un momento y lugar inesperados… Mirarte en los ojos de la persona amada en lo alto de una montaña, en una cena especial o encontrar de pronto complicidad en la mirada de un desconocido… Reír hasta que te duela la panza por un suceso absurdo, divertido o por la una travesura infantil, aunque ya seas adulto… Caminar de la mano de un niño, con pasos pequeños y confiados, sonriendo mientras el mundo gira vertiginosamente… Momentos en los que puedes sentir palpitar fuertemente la vida que hay en tí; momentos que hacen la diferencia en la rutina y los días grises, en los minutos que pasan sin pena ni gloria; momentos por los que vale estar vivo, con los ojos muy abiertos y los sentidos dispuestos. ¿Cuál es tu pausa favorita?
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