Por Déborah Buiza G.
Es natural, el hombre ante lo que vive analiza e interpreta, no le gusta encontrarse en el terreno de lo desconocido y rápidamente encuentra argumentos para lo que le sucede, para describir quienes son los demás, para entender su mundo y para definirse.
Tal vez, porque no nos gusta vivir en la indefinición o en la eterna pregunta de ¿quién soy?, buscamos explicaciones sobre quiénes somos, y a veces creemos encontrarlas fuera de nosotros, puede ser en alguna teoría o campo de conocimiento que pretenda describir nuestra realidad y nuestra persona, o en las opiniones de los más cercanos y amados.
Resulta muy tentador, e incluso cómodo, aceptar la opinión de los demás y las descripciones que sobre nosotros provienen del exterior, de principio puede ser más fácil aceptar que nos digan quienes somos, de ahí quizá el éxito de ciertos “test”, de la inquietud por los resultados de la aplicación de pruebas psicológicas (útiles en ciertos contextos y en manos calificadas) y el gusto culposo por las cartas astrales y otros “métodos” de adivinación o predicción, etc.
Si bien el exterior es una fuente de información que puede brindarnos referentes y líneas que nos permitan explicarnos y describirnos, no hay que perder de vista que pueden ser insuficientes, inexactas y parciales para saber quiénes somos y lo que podemos lograr.
Valdría la pena parar un momento y preguntarnos ¿por qué es el otro quien tendría que definirnos y no nosotros mismos?, ¿por qué aceptamos las definiciones del exterior? ¿y nuestra definición?
Nada de lo que hemos sido, ni de quien somos puede definir aún lo que podemos llegar a ser, eso sólo es decisión nuestra, y es una decisión diaria: “Yo hoy elijo ser de X o Y forma, yo hoy tomo X o Y decisiones que me acercan o me alejan más a mis metas, yo hoy soy de X o Y forma pero existe la posibilidad de que si quiero ser de manera distinta puedo serlo, puedo trabajar en ello, no estoy determinado al 100% ni por mis genes, ni mi cultura, ni mi familia, ni mi formación profesional o laboral, ni por el perfil psicológico que tengo, ni por mi fecha de nacimiento, ni mis enfermedades, ni mis recuerdos. Me define lo que yo decido que me defina”.
Que nadie te diga quién eres ni lo que puedes llegar a ser (a menos que sea algo grandioso y positivo), ni tu familia, ni la publicidad, ni una corriente psicológica o filosófica, ni el resultado de un test, ni tu mejor amigo, recuerda que cada que aceptas una etiqueta, aceptas un límite.
Si bien existen modelos teóricos, perfiles, características comunes que nos permiten hacer valoraciones, pronósticos y andar con un poco de luz y no a tientas en la realidad, es sabido la maravillosa cualidad que tiene el hombre de ser único, en sí mismo y en sus experiencias, por lo que las teorías sólo resultan ser una orientación o un marco de referencia, y por lo tanto es imprescindible no olvidar que en cada uno se encierra una combinación única genética, cultural, familiar, experiencial, emocional, espiritual y mental que puede hacer una gran diferencia y la excepción a la regla.
Si te limita, desafía el diagnóstico, el perfil, el estereotipo, la etiqueta familiar, el cómodo “es que así soy” o el “yo nunca haría eso” o “yo no podría hacer eso”.
Abre tu perspectiva, lánzate a buscar dentro de ti, seguro que hay mucho más de lo que te han dicho.
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